dimarts, 23 de febrer del 2010

PALPITARES












Subiendo al colegio he visto las primeras flores de almendro mientras la lluvia volvía a caer sobre ellos.

La flor de almendro provoca siempre una sensación calma y especial, trae un ánimo a seguir –ya viene lo bueno, parece decir– trae a la boca el recuerdo del dulzor de las almendras verdes (aunque nunca nos acordemos que las hay amargas y que si te empachas de almendras verdes lo pagarás sentado con música de bajo fondo).

Y con esa sonrisa que dan las cosas sencillas y geniales, he vuelto a casa, en silencio.

Chumbún, chumbún se oía chumbún, puchumbún dentro de mí.

Hoy, 23 de febrero, día en el que muchos celebran el intento de holocausto fallido del infame de turno (olvidando a veces pelear por los holocaustos vigentes), yo celebro que hace un año nació mi niña.

Hace un año algo en mí dejó de palpitar y comenzó a tocar, cambió el ritmo, las formas, las ganas y comenzó a tocar. Comenzó a afinarse mientras aprendía la melodía nueva del amar sin precedentes. Comenzó a tocar a los cuatro vientos con todas sus fuerzas, tocando hacia sotavento para que la música se oyera por doquier: tierra, aire, agua y fuego.

Y en esas estamos, bailando al ritmo que marca la vida compartida con un bebé que cada vez es menos bebé y crece por días y por sueños y por las preguntas que “a su forma” hace y las conclusiones a las que “a su forma” llega y por los sonidos que utiliza y que cada vez son más, por no salirse del pasillo al andar, por regalarnos una sonrisa cada mañana, a nosotros y a sus amiguitos, y a la familia... mi niña, un bebé muy chiquitín que puede hacer cumplir los sueños más grandes. Unos ojos que siguen descubriéndome, descubriéndonos, otra forma de mirar el mundo; ese mirar buscando, queriendo ver, queriendo saber, soñando los por qués y trazando puentes entre el deseo y lo real. Qué fácil es trazar un puente cuando eres bebé, qué fácil es salvar obstáculos para seguir disfrutando. Cada nueva esperanza que sentimos nos hace ver de manera distinta el pasado. Qué lejos queda...

Por suerte, su madre y yo, aunque nos pisemos de vez en cuando, aunque a veces nos apeteciera sentarnos a descansar, mantenemos el paso de baile firme y creativo en esta maratón de danza que es la vida. He aprendido que estar con aquello que me gusta es suficiente.

Chumbún, chumbún, purumbun bumchumbún. Hoy el corazón, todo yo y la vida, somos una fiesta.

Una fiesta que quiero compartir y agradecer, una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena. Compartir aquí y donde esto llegue y agradecer a su madre, siempre ahí, y a ella, claro.

Disculpad, voy a seguir bailando... y trabajando...

Salud y sueños bonitos. Abrazos a capazos.








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